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Allá, enorme y pesado furgón de crujientes ruedas, tirado por dos camellos, llega al cementerio donde recibirán sepultura los muertos que, apilados, llenan el vehículo. Al pasar por el puerto, produce desagradable sorpresa la mezcla de olores; huele a carbón de piedra, a estiércol, a humedad, a carne muerta.
León Tolstoi, El sitio de Sebastopol
¡Da pena y risa recordar cuántas dolorosas humillaciones, cuántos agravios y zozobras me proporcionó aquella pasión mía por la lectura, surgida tan de repente! Los libros de la cortadora me parecían terriblemente caros y, temeroso de que la vieja ama los quemase en el horno, procuraba apartarlos de mi pensamiento; empecé a tomar prestados unos pequeños libritos, de diversos colores, en la tienda donde compraba el pan.
Máximo Gorky, Por el mundo
El ser humano, desde que nace hasta que muere, es una máquina de romper juguetes.
Amado Nervo
¿Quién, en naciendo, no vive sujeto a las inclemencias del tiempo y de la fortuna? ¿Quién se libra, quién se excepta de una intención mal segura, de un pecho doble, que alienta la ponzoña de una mano y el veneno de una lengua?
Calderón de la Barca, A secreto agravio, secreta venganza
Pero lo cierto es que mi memoria se ha ido alejando de aquel prado y son ya muchas las cosas que he olvidado. Al escribir así, persiguiendo mis recuerdos, a menudo me asalta una inseguridad terrible. ¿No estaré olvidando la parte más importante? ¿Acaso no existe en mi cuerpo una especie de limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y convirtiéndose en lodo?
Haruki Murakami, Tokio Blues
Toda máquina está en proceso de extinción.
Bioy Casares
¡Se entraba al santuario por un orificio redondo en la falda del cerro, apenas mayor que las aperturas redondas que hay a la entrada de los gallineros. Los fieles y los que venían a pedir información al dios entraban arrastrándose por el agujero y se encontraban en un espacio oscuro e infinito en presencia de Agbala. Nadie había visto jamás a Agbala, salvo su sacerdotisa. Pero nadie que hubiera entrado en aquel temible santuario había salido de él sin temor a su poder. La sacerdotisa estaba junto al fuego sagrado que hacía ella misma al fondo de la cueva y proclamaba la voluntad del dios. El fuego no tenía llama. Los leños en ascuas no servían más que para iluminar vagamente la figura sombría de la sacerdotisa.
Chinua Achebe, Todo se desmorona
¿Hay algo, pregunto yo, más noble que una botella de vino bien conversado entre dos almas gemelas?
Nicanor Parra, Coplas del vino
Llego a la primera hilera de casas. Ante la escasez de hombres, que se han echado al monte o están entre rejas, las mujeres han tenido que sumar nuevos roles a los de siempre: alimentar y vestir a los niños, ir a por agua, tra- bajar en el campo, alargar la mano para cobrar una paga exigua y construir. Construir casas nuevas. Convertirlas en nuevos hogares. No tienen tiempo ni para inspeccio- nar el fruto de su trabajo. Hace falta un extraño, como yo, para ver aquello que ellas no alcanzan a ver. Todas las chozas están a medio construir, unas más avanzadas que otras. Milicianos armados patrullan los senderos del nuevo asentamiento.
Ngũgĩ wa Thiong’o, En la casa del intérprete
Es ignorancia no saber distinguir entre lo que necesita demostración y lo que no la necesita.
Aristóteles