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¿Qué me importa la venida de Carlos y sus huestes? Descansaré a la sombra, escuchando el dulce murmullo de las aguas, observando a los segadores en su tarea; y tú, mi Filis, alargarás la mano entre las esmaltadas flores y me tejerás guirnaldas al compás de la música de tu voz.
Ariosto
Un desencantado. Esperaba oír el eco y a mis oídos no llegaron más que elogios.
Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal
¿Quién, en naciendo, no vive sujeto a las inclemencias del tiempo y de la fortuna? ¿Quién se libra, quién se excepta de una intención mal segura, de un pecho doble, que alienta la ponzoña de una mano y el veneno de una lengua?
Calderón de la Barca, A secreto agravio, secreta venganza
La integridad del hombre se mide por su conducta, no por sus profesiones.
Juvenal
Todas las tardes -tres, cuatro- nos dice el párraco: ¡que vais a ir al infierno!, ¡que vais a morir achicharradas!, ¡peor que los perros!…; ¡pero yo digo que los perros se casan con quien quieren y lo pasan muy bien! ¡Cómo me gustaría ser perro! Porque si le hago caso a mi padre -cuatro, cinco-, entro en un infierno, y si no, por no hacerle caso, luego voy al otro, al de arriba…
Federico García Lorca, Los títeres de cachiporra
Toda máquina está en proceso de extinción.
Bioy Casares
La reina que había en mí ansiaba su victoria y rezaba por ella; la esposa temía que no regresara vivo y suplicaba a Isis que protegiera su vida. Yo era al mismo tiempo la esposa espartana que decía: «Vuelve con tu escudo o sobre tu escudo» y la esposa egipcia que decía: «Vuelve de la manera que sea, incluso sin el escudo».
Margaret George, Memorias de Cleopatra
Don Juan, dócil al consejo que en el mal le precipita como el hombre que medita un crimen, esta perplejo bajo el ceñudo entrecejo rayos sus miradas son y con sorda agitación a largos pasos recorre de la maldecida torre al imponente salón.
Gaspar Núñez de Arce
Beranger provocaba en mí una alegría irrefrenable, un deseo de hacer trastadas, de decir a todo el mundo palabras insolentes, mordaces, y, en poco tiempo, hice muchos progresos en este aspecto. Sus poesías también me las aprendí de memoria; entraba en las cocinas por unos momentos y se las leía a los asistentes con mucho entusiasmo. Pero pronto hube de renunciar a ello, pues los versos: «a las diez y siete toda muchachita ¡con cualquier sombrero está bonita!» suscitaron una asquerosa conversación acerca de las muchachas; aquello me ofendió hasta ponerme furioso.
Máximo Gorky, Por el mundo
¿Sabemos de algún pueblo digno de mención que vencido una sola vez y ante una única invasión se haya plegado a obedecer las órdenes tan cobardemente? ¿Quién no nos censuraría, si los mesenios resistieron veinte años el asedio en defensa de su tierra, que nosotros renunciáramos a ella con tanta rapidez mediante tratados?
Isócrates, Arquidamo IV