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¿Qué es lo que aprendes de tanto libro y tantos anaqueles? Tú coge un libro en ayunas y luego de tenerlo en la mano varias horas dime si sientes hambre o si estás lleno.
Giuseppe Gioachino Belli, Sonetos
Que mires más allá de mí, que me ames con violenta prescindencia del mañana, que el grito de tu entrega se estrelle en la cara de un jefe de oficina, y que el placer que juntos inventamos sea otro signo de la libertad.
Julio Cortázar
¿Quién, en naciendo, no vive sujeto a las inclemencias del tiempo y de la fortuna? ¿Quién se libra, quién se excepta de una intención mal segura, de un pecho doble, que alienta la ponzoña de una mano y el veneno de una lengua?
Calderón de la Barca, A secreto agravio, secreta venganza
Ningún ejército puede detener la fuerza de una idea cuando esta llega a tiempo.
Victor Hugo
¿Qué me importa la venida de Carlos y sus huestes? Descansaré a la sombra, escuchando el dulce murmullo de las aguas, observando a los segadores en su tarea; y tú, mi Filis, alargarás la mano entre las esmaltadas flores y me tejerás guirnaldas al compás de la música de tu voz.
Ariosto
La vida nos ha sido concedida con la limitación de la muerte; hacia esta nos dirigimos. Temerla es, por tanto, una insensatez, ya que los acontecimientos seguros se esperan; son los dudosos los que se temen.
Séneca, Epístolas morales a Lucilio
El movimiento veloz que agita el mundo no se oye sino andando.
Felicité de Lamennais
Lo importante no es tener muchas ideas, sino la idea oportuna en cada caso.
Juan Zorrilla de San Martín
Se ha dicho que la locura es un exceso de subjetividad, es decir, un estado en el que el alma se entrega demasiado a su trabajo interior y poco a las impresiones que vienen de fuera. En Tomás Roch esta indiferencia era casi absoluta. No vivía más que dentro de sí mismo, presa de una idea fija, cuya obsesión le había llevado donde estaba. Difícil, pero no imposible, era que se produjera una circunstancia, un contragolpe que le «exteriorizase», para emplear una palabra bastante exacta.
Julio Verne, Ante la bandera
Una semana después aún no había recibido noticias suyas. No la vi en las clases de la universidad, ni me llamó. Cada vez que volvía a la residencia miraba si tenía algún recado, pero no me había llamado nadie. Una noche, para cumplir mi promesa, intenté masturbarme pensando en Midori, pero no resultó. No me quedó otra solución que, a medias, sustituirla por Naoko, pero ni siquiera la imagen de Naoko fue de gran ayuda. Acabé sintiéndome estúpido y desistí. Me tomé un vaso de whisky, me lavé los dientes y me acosté.
Haruki Murakami, Tokio Blues