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Es un hombre de gran sentido común y buen gusto; lo que equivale a ser un hombre sin originalidad ni coraje moral.
George Bernard Shaw, César y Cleopatra
Tenía tan prietos los labios que casi no se le veían, sus ojos desencajados miraban tristes hacia adelante con expresión de fatalidad, pero parecía ciega. Aunque no podía decirse que fuese fea, percibíase claramente en ella una tensión que la desfiguraba como si estirase todo su cuerpo y le contrajese el rostro hasta causarle dolor.
Máximo Gorky, Por el mundo
Llego a la primera hilera de casas. Ante la escasez de hombres, que se han echado al monte o están entre rejas, las mujeres han tenido que sumar nuevos roles a los de siempre: alimentar y vestir a los niños, ir a por agua, tra- bajar en el campo, alargar la mano para cobrar una paga exigua y construir. Construir casas nuevas. Convertirlas en nuevos hogares. No tienen tiempo ni para inspeccio- nar el fruto de su trabajo. Hace falta un extraño, como yo, para ver aquello que ellas no alcanzan a ver. Todas las chozas están a medio construir, unas más avanzadas que otras. Milicianos armados patrullan los senderos del nuevo asentamiento.
Ngũgĩ wa Thiong’o, En la casa del intérprete
Un hombre de carácter podrá ser derrotado, pero jamás destruido.
Ernest Hemingway
Platón, sin quererlo, al decir de la democracia «es el peor de los buenos gobiernos, pero es el mejor entre los malos», definió la mediocracia.
José Ingenieros, El hombre mediocre
Ningún ejército puede detener la fuerza de una idea cuando esta llega a tiempo.
Victor Hugo
Toda máquina está en proceso de extinción.
Bioy Casares
El ser humano, desde que nace hasta que muere, es una máquina de romper juguetes.
Amado Nervo
Y cuando salió a bailar con la hija del dueño de casa un gato de cumplimiento, disculpándose por no saber más danzas que las campesinas, y por no quitarse las espuelas, descortesía que sorprendió, aquel doble detalle gaucho tornólo más interesante, al contrastar con su pie de raza y con sus largas manos que granizaban la fuerza en castañetas inauditas.
Leopoldo Lugones, Cuentos fatales
Una semana después aún no había recibido noticias suyas. No la vi en las clases de la universidad, ni me llamó. Cada vez que volvía a la residencia miraba si tenía algún recado, pero no me había llamado nadie. Una noche, para cumplir mi promesa, intenté masturbarme pensando en Midori, pero no resultó. No me quedó otra solución que, a medias, sustituirla por Naoko, pero ni siquiera la imagen de Naoko fue de gran ayuda. Acabé sintiéndome estúpido y desistí. Me tomé un vaso de whisky, me lavé los dientes y me acosté.
Haruki Murakami, Tokio Blues